
La memoria del agua
La pluviosidad de la zona es una circunstancia inevitable y un recurso maravilloso que debería aprovecharse en forma óptima para la agricultura. Pero no: se optó por construir campos de golf, urbanizaciones ‘estrato 8’ y la joya de la corona: la Universidad de la Sabana.
El fenómeno de La Niña ha hecho que todos los riachuelos y quebradas de la región reciban más agua de la que pueden contener y necesariamente desembocan en el río madre: el Bogotá. Pero como el río ha sido encajonado entre jarillones, construidos para robarle su espacio natural de amortiguación, es apenas previsible que inunde los terrenos cercanos y aledaños, con las catastróficas consecuencias que sabemos.
Fortalecer los jarillones es desconocer la dinámica del río. Si el río recibe más agua, pues sencillamente necesita más espacio. Si no estamos dispuestos a vivir bajo esta lógica elemental, podríamos probar otras ideas estúpidas como entubarlo hasta al mar, pero eso sí, sabiendo que algún día toda esa basura se devolvería sobre las ciudades costeras en inmensas olas de suciedad. Algo parecido se hizo durante la administración Peñalosa con el río San Francisco: algún día su cauce enterrado va a venir con tanta agua y tanta fuerza que inundará el centro de la ciudad.
Porque al agua nada la detiene. Cualquiera que haya sufrido una humedad de su casa sabe a qué me refiero. El agua siempre vuelve por lo suyo. No hay jarillón que resista. Por eso sorprende la respuesta santanderista del rector de la prestigiosa universidad de la Sabana: amparándose en artículos, parágrafos, acuerdos, contratos, derechos adquiridos, todo para exculpar el gran error de construir semejante infraestructura a menos de 30 metros del río, sobre un humedal indispensable para la dinámica del mismo[1].
Debería dejarse asesorar de expertos holandeses, porque la única opción real es que la Universidad devuelva sus terrenos al río. O acepte tener un campus acuático: sería lindo, una especie de Venecia universitaria, con edificios que se adapten a las subidas del río y cómodas instalaciones que permitan a sus estudiantes llegar a clase en jet sky.
[1] http://www.elespectador.com/impreso/bogota/articulo-272535-universidad-de-sabana-no-esta-construida-sobre-un-humedal
La operación Diablo Rojo
Pero las respuestas oficiales no son más lúcidas. Quizá la idea más desafortunada fue anunciada con bombos y platillos por el gobernador de Cundinamarca, Andrés González, enfundando en casco, impermeable y botas Machita: la Operación Diablo Rojo.
Probablemente este nombre le fue sugerido por un frívolo creativo para reconocer oficialmente nuestra claudicación ante la muerte del río: ocho máquinas de draga trabajarán durante dos meses para extraer 400 mil metros cúbicos de sedimentos de las cuencas media y baja. ¿Dónde pondrán esos residuos envenenados? Nadie sabe. El gobernador sugirió que se usen para reforzar los jarillones, pero no hay certeza de la viabilidad técnica de semejante barbaridad.
El dragado afecta la estructura de las corrientes, que a su paso forman meandros, islitas allí donde se concentra la sedimentación y curvas con las que va hidratando todo a su alrededor. Es decir, va inundando con mañita y de a pocos los territorios aledaños para que cuando llegue abajo no arrastre con todo. Pero esta operación de emergencia no cura el mal ni evita desastres futuros. Con recursos de Colombia Humanitaria se va a celebrar el entierro del río: una macabra broma semántica.
Hay que ser más audaces
¿Habrá alguien capaz de promover una solución más audaz e ingeniosa? ¿Por qué no reconocer que la ciudad se construyó en un mal sitio y que la mejor idea sería desocupar aquellas zonas donde las tragedias son más recurrentes y graves?
La región debe pensar en dejar inundar la margen occidental del río, adaptarse a las crecientes del agua –como sabiamente lo hicieron los holandeses– y dejar de pelear infructuosamente contra ella. Porque vamos a perder: ya estaba aquí antes que nosotros y seguirá una vez nos extingamos. Pese a nuestras ínfulas trascendentes, no somos más que una anécdota en la historia de este planeta.
Si queremos seguir viviendo en la Sabana de Bogotá, tendremos que ganarnos ese derecho. Todas las soluciones son complejas, demoradas y cuestan plata, pero hay algunos principios que deben contemplarse para una relación armónica con nuestro río:
- No se puede seguir contaminando.
- No se puede seguir construyendo en los territorios del agua.
- No se puede seguir creciendo como una mancha de aceite sobre la Sabana, hay que tomar en serio la densificación.
- Hay que construir edificios certificados, que recirculan el agua y saquen el mejor provecho de ella.
- Tenemos que reforestar: la mejor y la más barata de las opciones. Cuando llueve, los árboles absorben el agua. Pero como hemos tumbado todos los árboles, ya no ayudan a regular los caudales y vienen los deslizamientos, las avalanchas y las inundaciones.
En la parte alta de la cuenca del río Bogotá, durante los últimos siete años ya se han sembrado más de 19 mil individuos ejemplares de especies nativos. Nos hemos impuesto la meta de sembrar en los próximos años un millón y medio de nuevos árboles.
No es posible recuperar todo lo que se ha perdido, pero hay que comenzar con un programa de conservación que genere servicios ambientales, empleos verdes y alternativas de desarrollo limpio y sostenible. El bosque es el mejor aliado del río y a la larga, de nosotros mismos y de nuestros hijos.
¿Por qué no pensar en serio cómo y dónde refundar a Bogotá?
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