
De poesía a basurero
En un principio, la relación de la civilización con los ríos fue mágica: objeto de reflexiones, de metáforas, de mitos fundacionales, de poesía… Por inteligencia práctica muchos asentamientos humanos se ubicaron en las márgenes de los ríos, fascinados por su dinámica de permanente movimiento. Pero con el tiempo, esta proximidad se tornó desastrosa.
El agua que veo hoy no es la misma de mañana; como dijo Heráclito: “nunca se baña uno en el mismo río”. Una idea de devenir que se transformó en basurero: tengo algo que no me sirve, lo tiro al río y santo remedio. Se lo lleva. No lo vuelvo a ver: se hunde o se va aguas abajo, lejos de mí.
Los desechos siempre han sido un problema, un tema vedado. Algo que es mejor dejar ir. En tiempos pretéritos, esos desechos en su mayoría eran literalmente mierda: carga orgánica que en últimas se descomponía con oxígeno, liberaba metano y luego servía como alimento de las especies que estaban en el río. La carga de nuestros desechos era asimilada y el daño muy reducido.
Ríos muertos
Cualquier vestigio de equilibrio con los ríos se quebró a partir de la Revolución Industrial. Muchas empresas con la misma lógica de los asentamientos humanos se ubicaron a lo largo de los ríos y les impusieron la tarea de llevarse también sus desechos. Pero el río no responde de igual forma a las descargas de materia orgánica que a desechos de metales pesados, de líquidos lixiviados y de venenos derivados del petróleo. No los expulsa y es incapaz de transformarlos.
La devastación de los ríos no es un problema específicamente colombiano, claro está. Según datos del programa “Aguas y Ciudades» de Naciones Unidas, alrededor de 800 millones de personas residen cerca de ríos contaminados, en casuchas, sin servicios básicos ni saneamiento adecuados, expuestos a altos índices de contaminación por productos químicos y en alto riesgo de adquirir enfermedades contagiosas.
Se calcula que cada día llegan dos millones de toneladas de desperdicios a los ríos del mundo. El crecimiento de las ciudades no ha hecho sino empeorar la situación: a un ritmo de 2 habitantes nuevos cada segundo, no hay río que aguante. La mala gestión de los recursos hidrológicos y la contaminación del agua tienen un precio. En 2010, el Banco Mundial evaluó los costos de dañar nuestros ríos en e1 1 por ciento del PIB colombiano[1].
Muchos sistemas hídricos ya han muerto. Al Mississippi, que desemboca en el Golfo de México creando una zona hipóxica, anóxica (ausencia de oxígeno) lo mató la industria automotriz. Otros ya no alcanzan a desembocar en el mar. Así el Aral pasó a convertirse en un desierto, donde se pudren los vestigios de los barcos que alguna vez lo navegaron. El Nilo y el Amazonas en verano a veces parecen charquitos.
[1] http://www.elmundo.es/elmundo/2011/03/21/ciencia/1300732946.html
Nuestro río
El río Bogotá está muerto también. Se acabó hace mucho tiempo. No queda sino el nombre y el lecho al que los bogotanos botan de todo: neveras, muebles, basura, materia orgánica, virus, bacterias, grasas, aceites y lodo. Pero si toda inundación es grave, inundarse con agua envenenada ya pasa a ser un problema de salud pública.
En su recorrido de 336 kilómetros, el río Bogotá recibe las aguas de los ríos Sisga, Neusa, Tibitóc, Tejar, Negro, Teusacá, Frío, Chicú, Salitre, Fucha, Tunjuelito, Siecha, Balsillas, (que a su vez recoge las aguas de los ríos Subachoque y Bojacá), Calandaima y Apulo.
En la parte más alta el río resiste. En el páramo de Guacheneque, donde nace cerca de Villapinzón, hasta Cota, el río conserva aguas con una concentración de 4,8 por ciento de oxigeno, que hace posible la vida: por allí todavía perviven el pez capitán, la mapucha y el cangrejo.
El drama del río comienza pocos kilómetros aguas abajo de su nacimiento, con las curtiembres de Villapinzón. Aguas putrefactas tocan ahora a las puertas de muchos habitantes de la Sabana. La solución está lejos, aunque recientemente ha venido avanzando un proceso liderado por una asociación comunitaria para el saneamiento básico y el aprovechamiento de residuos, con una visión más amplia del negocio.
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